La relativa juventud del quehacer científico en el país deja en la comunidad un cierto sentimiento de inmortalidad del que sólo despertamos cuando alguno de los grandes, como nuestro recientemente fallecido miembro de la AMC, Friederich Katz (1927-2010), se nos va. Evidentemente, la torre de marfil no nos aisla del paso del tiempo. Basta con revisar las estadísticas del Sistema Nacional de Investigadores (sni) para constatar que la edad promedio de los miembros de nivel III aumenta aprecia-blemente cada año: ha pasado de los 59 años en 2004 a los 62 en 2009. Como todos sabemos, hay dos causas principales de este fenómeno: la carencia de un plan global de jubilación decorosa, y la falta crónica de plazas para investigadores. Estos aspectos no son independientes, pues la jubilación liberaría plazas, aunque un país que desea progresar debe contratar más investigadores que los que jubila.
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