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No hay duda de que nosotros, los humanos, no somos otra cosa, biológicamente hablando, que el resultado de la compleja y cambiante interacción que nuestra potencialidad genética establece con el medio ambiente. De la misma manera, es la cultura, junto con el lenguaje –que nos da cuenta de ella y nos narra la manera como la advierten muchos de nuestros semejantes–, la que da forma a nuestras experiencias conscientes y aviva nuestra emocionalidad.

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