Desde el Comité Editorial
El sargazo, una palabra que, sin duda, evoca en algunos de ustedes, queridos lectores, las travesías del capitán Nemo a bordo de su famoso Nautilus por el mar en el Atlántico Norte que lleva dicho nombre y que, enclaustrado por los dos grandes brazos de la Corriente del Golfo, da la impresión de constituir un lago interior. Si recuerdan este pasaje, seguramente vendrá a su mente cómo, para evitar que la hélice de su submarino quedase atada y posteriormente bloqueada por el sargazo –macroalgas de color pardo que merced a vejigas llenas de aire flotan en el mar–, el mencionado personaje realizó su travesía convenientemente sumergido a una cantidad de metros por debajo de esa tupida alfombra vegetal.